Con
el paso de los años nos damos cuenta de que el activo más importante del que disponemos las
personas es el tiempo, un bien que es escaso y que no siempre
se respeta como se merece. Con ello, me refiero a los retrasos ‘socialmente
bien vistos’ (en el caso de la gran mayoría de los países latinos y
mediterráneos), a las innumerables reuniones ‘sin sentido’ o con aprovechamiento
deficiente que tenemos a lo largo del año, y también cuando se nos cita para
plantearnos una propuesta de negocio, que no ha sido preparada, y en la que ni
la persona que nos convoca se ha preocupado mínimamente de cuáles son nuestras
inquietudes y preferencias.
Como
pueden comprobar, situaciones como las que se plantean en el párrafo anterior
comportan una carta de presentación muy deficiente, que pueden acabar con
nuestras ganas de colaborar en el asunto que se despache, e incluso, cerrar
nuestras puertas a futuras propuestas que pudieran resultar interesantes.
Por
tanto, cuando necesitamos cooperar o negociar con un tercero un asunto
determinado, tenemos que cuidar mucho este aspecto, diseñando nuestros planes
como si el tiempo de esta persona valiese mucho más que el nuestro. Solo así, el otro interlocutor sentirá
que le prestamos la atención adecuada, y que la negociación no
es fruto del azar ni tampoco algo rutinario.
Este
aspecto, al igual que otros como el cuido del canal de comunicación, la
organización o la estrategia que adoptemos a la hora de negociar, entre otros, marca la diferencia a la hora
de negociar un contrato o un acuerdo. Sobre todo cuando las
alternativas entre las que elegir son razonablemente parecidas y no existen
diferencias sustanciales en el fondo, he aquí dónde entran en juego estos
detalles, que muchas veces logran ser decisivos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario